Mi primer día de clases en la Universidad Nacional de Colombia
En alguna oportunidad hablando en una conferencia para un grupo de estudiantes de preparatoria para ingreso a la universidad alguno me preguntó que debía tener en cuenta para el día de acceso a sus clases; esa pregunta me hizo recordar mi primer día y todas las expectativas que ese evento tiene en la vida de cualquier persona que decide ser profesional.
La memoria me trasladó hasta ese día en el cual crucé el umbral del Alma Mater. Días antes me acerque decidido a conocer el campus. Luego de haber cruzado la portería sentí un aire de grandeza al ver todas aquellas cosas nuevas; mucha gente corriendo, preparando la iniciación de los nuevos estudiantes, el ambiente se encontraba cargado con el vaho* de la mañana, ese frío que corría entre los andenes, mientras meditaba como serían mis profesores: si todas aquellas cosas que me habían contado sobre ese lugar eran ciertas, en especial porque me encontraba solo.
Primer día de clases en la UNAL.
Esa mañana preparé un morral con una agenda para tomar atenta nota de este paso. Salí anticipadamente para que ningún contratiempo me sorprendiera de camino, era mejor esperar atento. Una vez nos reunieron en el gran auditorio, traté de reconocer a los demás que me acompañaban para tratar de identificar quienes podrían estar en el mismo curso que se me asignó. Pasada la bienvenida el orientador nos indicó que esperáramos en la parte externa de la edificación para hacernos un recorrido por las instalaciones, insistiendo en los lugares donde tomaríamos las cátedras matriculadas.
Resultó un recorrido excepcional, enterado de la gran cantidad de edificaciones y la historia que de ellas se contaban, inquieto contaba los pasos por conocer la facultad donde tomaría mis cátedras. El guía nos mencionaba la cantidad de actividades a las cuales me podía integrar, en el campo de los deportes o las otras actividades de ciencia que se imparten en el campus de forma abierta.
Nos relató sobre su experiencia en la universidad, sin embargo nos recalcó, que la vida universitaria es muy diferente, las expresiones y las manifestaciones de la cotidianidad se mezclan entre las horas de estudio, la búsqueda de los materiales de estudio y los ratos para el almuerzo. Todo lo viviríamos poco a poco
Hoy siento la importancia de haber atendido a esta primera citación pues luego de varias semanas aún llegaban algunos estudiantes de mi clase, bastante perdidos y sin las instrucciones correctas.
Al llegar a la facultad entre el júbilo, las ansias por el inicio de la primera jornada de clase, pude ver a la distancia un grupo de compañeros que hablaban apasionadamente sobre la actualidad política. Frente, una pareja discutía por la complejidad del material leído en meses atrás. Ya quería probar el almíbar de la academia, el pasillo gélido por la hora se mezclaba con el eco de los pasos y las voces ensordecedoras de aquel lugar.
Las horas discurren entre las primeras indicaciones de clase, las agendas académicas y la programación de las horas de estudio.
Almuerzo en la Cafeteria de la Universidad Nacional
Luego de las primeras clases se asoma el medio día con su hambre y algunos conocidos, que de vista parecen mis compañeros de formación, habiendo conversado con ellos, indagando sobre su percepción, me puedo enterar sobre la diversidad de profesiones que se pueden reunir en un solo grupo, esa universalidad que hace que la universidad sea toda una experiencia de intercambio. No solo es ver las cátedras inscritas, es saber que allí el conocimiento es común e importante para la preparación de un profesional integral; la universalidad del conocimiento no hace una sociedad más fuerte.
Es lo que entendí al llegar con dos de los compañeros que tomarían cátedra en mi aula. Nos dispusimos hacer la fila para buscar el almuerzo, el ambiente del lugar era ensordecedor, los debates sobre las calidades de los temas y como ellos se asumen en la vida, eran el eco que llegaba a mis oídos atentos. La cafetería central se convirtió en el ágora de nuestra primera experiencia en el campus; sin embargo no podía dejar de estar atento a la enorme fila hasta la vitrina de los alimentos. Creo que nos presionaba un poco el poder visitar los otros lugares que en la universidad eran importantes.
Nos dirigimos con las bandejas a la parte exterior de la cafetería para poder encontrar un lugar en el cual poder alimentar los ya desgastados cerebros. El recorrido de la mañana y la primera clase fueron agotadores. Al término decidimos pasar a conocer la biblioteca central, ese lugar que podía transformarse en un hogar permanente para la construcción de los profesionales que nos prometimos. Al entrar un compañero nos halo a un lugar un poco penumbroso de ese sitio, donde predominó el olor a humedad, polvo y tierra; bajamos por unas escaleras hasta un amplio piso lleno de estanterías colmadas de libros. Caminamos despacio por cada uno de los pasillos entendiendo que allí podíamos encontrar el más grande tesoro del conocimiento que alberga el alma mater.
En fin, la Universidad Nacional de Colombia es un escenario para ser narrado desde cualquier facultad, tiene tanta historia para ser contada, con sus personajes míticos, los grandes maestros que allí llegaron y la filantropía propias de los nuevos profesionales que allí se forman. Es entender que ese lugar solo es posible si se vive.
Camilo Andrés Medina, docente Preuniversitario Universidad Nacional
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